Múltiples consultas psicológicas, millones de palabras e insistimos en solucionar lo que nos sucede tratando de pensarlo.
Si como mujeres nuestra mayor virtud o desventaja es que pensamos cada situación como las mejores estrategas, caemos en dudas e indecisiones y preguntas que nos terminan resultando imposibles responder desde un lugar tan racional como es el pensamiento.
Sucede que al tener un centro emocional donde se depositan las más altas y positivas emociones como así también las más bajas y negativas, nuestra posibilidad de encontrar el camino para disolver una situación que nos duele, enoja, lastima, o avergüenza es hablándole en el mismo lenguaje, es decir, animándote a sentir.
A las emociones se las aborda sintiéndolas, pasando por medio de las mismas. No proyectarlas, ni menos aún negarlas. Cuántas veces repetimos, entiendo cual es el problema, lo tengo claro, lo analizo, es decir lo pienso desde múltiples facetas, pero no me animo a integrarlo emocionalmente, es decir a sentirlo, y a partir de allí, con una conciencia plena, desdramatizarlo, quitarle la súper producción del drama y sólo queda el problema en sí.
Si le sacamos el drama con que lo envolvemos nos encontraremos con algo más posible de trabajar emocionalmente. Y esto no significa quitarle el sufrimiento, porque el sufrimiento es real, lo que es opcional es el drama que le incorporamos a la situación.
La integración emocional te invita a que en una meditación consciente, te invites a sentir qué es lo que genera esa emoción, que le pongas un nombre, y que desde allí, puedas disolverla, con la capacidad de convertirte en un observador de tu propio sentir y así desde un lugar de plena conciencia, repetir, soy consciente de que soy consciente. Como un mantra y verás cómo se regula tu respiración, tu cuerpo físico se calma, tu mente se enmudece por un tiempo y tus emociones pueden revelarse, inténtalo… soy consciente de que soy consciente.