Era el mediodía del 14 de noviembre de 1909, el Coronel Ramón Lorenzo Falcón jefe de la Policía (actual Policía Federal Argentina) salía del cementerio de la Recoleta, donde altos funcionarios del Gobierno habían despedido los restos de un importante empresario colaborador. Lo hacía acompañado por su secretario Señor Juan Alberto Lartigau en su coche Milord tirado por dos briosos caballos.
El alto jefe policial era viudo y sin hijos, por lo que dedicaba su tiempo casi exclusivamente a la función pública. El secretario era un joven de 20 años de edad, al que su padre había recomendado para que “se hiciera hombre”. Iban conversando animádamente sobre situaciones propias del servicio y comentando algunas noticias del periódico que llevaba en sus manos el Coronel Falcón.
De pronto se acercó al coche caminando un joven vestido con ropas oscuras, el cual arroja un paquete a los pies de Falcón, ante la sorpresa y la confusión, ni el Coronel ni su secretario tuvieron tiempo de reaccionar, el explosivo estalló destrozando totalmente el piso del carruaje y las piernas de los dos ocupantes, los que quedaron en el piso sobre el empedrado de calle Quintana. Allí mismo moriría desangrado Ramón Falcón, mientras su secretario era trasladado al Hospital Fernández donde fallecería horas después.
Según su plan, el agresor no pensó que lo iban a perseguir y se fue caminando lentamente tratando de pasar desapercibido, aprovechando la confusión generalizada. Sin embargo, se percató de pronto que a toda carrera se le acercaban dos hombres, por lo que emprendió una veloz huida por Callao hacía el bajo, hasta que fue acorralado contra una obra en construcción, al verse cercado por policías y civiles extrajo de entre sus ropas un revólver con el que se disparo en una de las tetillas, pero los nervios lo traicionaron y solo se produjo una leve herida sin mayores consecuencias.
A la rastra fue conducido a la Comisaría 15 donde fue sometido a torturas, pero se negó a decir palabra alguna sobre los hechos, solo repetía sistemáticamente “Tengo una bomba para cada uno de ustedes” y “Viva la anarquía”, el nombre de este personaje era Simón Radowitzky, nacido en Kiev Ucrania en 1891. Con tan solo 14 años participó de las protestas de 1905 en lo que se conoció como “Primera Revolución Rusa”.
En mayo de 1909 se encontraba en nuestro país integrando activamente un gran movimiento anarquista, siendo partícipe de una protesta de trabajadores que terminó con una brutal represión ordenada por el Coronel Ramón Falcón, que dejó un trágico saldo de 11 obreros muertos y 80 heridos. Los anarquistas entre los que se contaba Radowitzky, juraron vengarse y en una reunión secreta se dispuso, en un decreto no escrito “El ajusticiamiento” de Falcón, acción que cumpliría el ruso aquella triste y sangrienta mañana del 14 de noviembre de 1909.
El asesino fue condenado a muerte, pero las leyes de entonces no permitían la pena capital a menores de 20 años, Radowitzky argumentó tener 18 años, se solicitó la información y desde Rusia confirmaron que decía la verdad, por lo que le conmutaron la pena por Prisión perpetua. En 1930 en delicado estado de salud, mientras cumplía su condena en la cárcel de Ushuaia, fue liberado por una amnistía firmada por el entonces Presidente Hipólito Irigoyen. Murió en otro país de un ataque cardíaco, siendo idolatrado y reconocido en el mundo anarquista.
Todos los 14 de noviembre se recuerda el asesinato del Coronel Ramón Falcón, que fue para la Fuerzas de seguridad un mártir, para los anarquistas un asesino. Un hecho común en nuestra triste historia de enfrentamientos políticos y sociales.