Como adultos estamos acostumbrados a solucionar la vida de nuestros niños y no a animarlos a buscar soluciones.
Preparemos a nuestros niños para enfrentar al mundo sin miedos, les demos las suficientes herramientas para tomar decisiones y asumir las consecuencias. Allá afuera les espera un mundo lleno de aventuras por vivir y tienen que poder experimentar sus propios caminos.
Los adultos debemos darles seguridad y autonomía, esto no es soltarles las manos, es acompañarlos en sus desafíos.
Un niño al que no le damos la posibilidad de equivocarse, de preparar mal la mochila, ponerse al revés las zapatillas o peinarse despeinado… con el afán de ayudarlos, el mensaje que les llega es: “Vos, no sabés o no podés, yo lo hago mejor”.
Si los dejamos aprender de sus errores, desarrollarán tolerancia a la frustración y serán adultos con capacidad de adaptación y cambio.
Acompañarlos en su crecimiento no es allanarles todos los caminos, sino mostrarles que pueden encontrar otros, experimentando numerosas alternativas. Esto les brindará conocimiento y confianza en sus posibilidades. Un niño que aprende de sus experiencias será un adulto competente, donde no solo sabe sino que sabe hacer.
«El niño que nunca ha aprendido a actuar por sí solo, a dirigir sus actos, o gobernar su voluntad, se trasforma en un adulto que resulta fácil de gobernar y que siempre necesita del apoyo de otros». M. Montessori.