La educación infantil, como proceso, a través del cual, los niños adquieren conocimientos desde temprana edad por parte de otros adultos responsables, responde a diferentes estrategias o paradigmas que fueron cambiando de acuerdo a los contextos socioculturales.
Platón (427-347 a.C.) dijo que: “Al contacto del amor todo el mundo se vuelve poeta”. Es por ello que la educación infantil, independientemente del paradigma al que responda, debe estar fundada en el amor y la equidad. No es una novedad ni un gran descubrimiento, es tan simple como el sentido común.
Para que un niño aprenda, necesita ser escuchado con atención y observado con amor.
Testigo de ello fue la Dra. Montessori, quien en 1901 fue designada directora de una clínica psiquiátrica para niños con retrasos mentales. En pocos años logró que varios niños aprobaran el examen en lectura y escritura para niños normales de su misma edad. Este hecho considerado milagroso para la sociedad, llevó a María Montessori a reflexionar sobre el estado de la educación. El objetivo entonces de Montessori, era que cada chico pueda desarrollar su potencial y aprenda a su ritmo, en un ambiente amigable.
María Montessori sostenía que la escuela: “no es un lugar donde el maestro transmite conocimientos, sino un lugar en donde la inteligencia y la parte psíquica del niño se desenvuelve a través de un trabajo libre con material didáctico especializado”.
Hoy luego de varios siglos desde Platón y muchas décadas luego de Montessori, aún existen estilos de enseñanza que no contemplan las demandas de los estudiantes, produciendo fracaso escolar y la pérdida del interés por el aprendizaje.
Cuando digo equidad y no igualdad, es porque los niños son todos diferentes y por lo tanto la igualdad, como se pensaba en los inicios de la educación formal, allá por el 1.800, no otorga las mismas posibilidades, sino que profundiza las diferencias.
Montessori afirmaba que para que el niño pueda aprender y desplegar todo su potencial debe estar inmerso en un ambiente adecuado que fomente su crecimiento.
Entonces, educar en equidad desde el amor supone tener en cuenta:
- Los talentos e intereses de los niños.
- Un ambiente amigable que enriquezca su vocabulario y experiencias.
- Docentes creativos que sean un puente entre la curiosidad y los aprendizajes.
En este sentido, los adultos que intervienen en la educación de los niños (padres y docentes) son los principales guías que tienen la delicada tarea de motivar a investigar su entorno y descubrir las potencialidades que cada uno tiene.
TODOS pueden aprender, NADIE es invisible y la receta está en mirar con el corazón las necesidades de cada niño, sin rótulos, sin prejuicios.