Como hemos visto en estos días de aislamiento, la educación de los niños está atravesada por nuevos desafíos, tanto para los padres, como para los docentes, pero sobre todo, para ellos.
En la sociedad actual, hay un gran porcentaje de niños que transitan su infancia en colegios de doble jornada y además, asisten a numerosos talleres complementarios extraescolares, escuelas de verano, psicopedagogos y en algunos casos, los preparan para ser deportistas de alto rendimiento. Así, la niñez se organiza en una agenda completa y exhaustiva, pero fuera de casa.
¿Y ahora?… de repente y sin tiempo para pensarlo, todos en aislamiento, en un mismo lugar, escuchando palabras y frases como: “muerte, no se pude besar o abrazar, tapabocas, virus, contagio, pandemia…”
En este nuevo contexto se pretende que la educación se traslade a casa y que los niños sigan su vida de estudiantes naturalmente.
Por otro lado, con otra realidad, hay niños que viven la escuela como su único refugio emocional y afectivo, en donde, no solo reciben educación, sino contención, escucha, y en muchos casos, la intervención necesaria para salir de situaciones de violencia.
Entonces… ¿qué nos preocupa más? La cantidad de contenidos por aprender, cuántas hojas deben completar, los verbos, las tablas…? o ¿la calidad del aprendizaje?
Creo que es tiempo de preocuparnos por re vincularnos, por generar espacios de diálogos en familia, donde todos puedan expresar sus ideas, miedos, incertidumbres, proyectos… Es un tiempo de revisar cómo nos comunicamos, de qué manera nos expresamos con los niños, cuánto les exigimos.
Hay familias que solo en vacaciones comparten tiempo juntos y otras que por múltiples razones, no logran compartir momentos de relajación o juegos o simplemente un desayuno.
Los niños construyen su personalidad en los primeros años de vida y el vínculo afectivo con los adultos que los rodea es fundamental para su desarrollo positivo. La imagen de él mismo que tienen los demás le sirve de espejo y así comienza a definirse, basándose en las definiciones ajenas.
Así, el niño comienza una etapa caracterizada por una búsqueda constante de aprobación y afecto del adulto, para poder desarrollar una autoestima equilibrada, entre la percepción propia y la de que le generan los otros.
En este contexto de aislamiento, en donde son evidentes los altibajos emocionales, debemos priorizar los vínculos sanos y positivos y estar en casa con tareas escolares, trabajo online o desempleo, espacios reducidos… lleva a frustraciones y genera conflictos familiares que dejarán heridas emocionales difíciles de cicatrizar.
Es momento de reflexionar y mirar las verdaderas necesidades de nuestros niños y conducirlos a reconocer y gestionar sus emociones para que puedan ser adultos empáticos y solidarios.
No es momento para evaluarlos, es momento de acompañarlos. Ahora más que nunca los niños necesitan ser felices, no ser los mejores.