Durante muchos años, se pensó que enseñar era sinónimo de aprender y que la inteligencia se medía según la cantidad de información acumulada.
Los avances en la sociología y de la mano numerosas investigaciones del campo de las neurociencias, la psicología, la sociología entre otras, han puesto en discusión estos antiguos paradigmas.
Si un niño no puede aprender de la manera en que enseñamos, quizás deberíamos enseñar de la forma en la que aprenden.
En la actualidad, existen innumerables diagnósticos que justifican las causas de algunas dificultades en el aprendizaje. Entender que no todos aprendemos de la misma manera y que los canales por donde el cerebro procesa la información para transformarla en nuevos conocimientos, son varios, es el puntapié para generar nuevas estrategias que faciliten los procesos de aprendizajes y de esta manera nadie quedaría excluido de la posibilidad de aprender.
Los niños deben incorporar los nuevos conocimientos a través de la experiencia y de esta manera encontrar el valor social del aprendizaje, el para qué. Así, la motivación sería intrínseca, explotando la curiosidad propia de cada uno por conocer el mundo que los rodea, de manera tal que, en esa experiencia, se construyan los nuevos saberes.
Entender que cada niño posee diferentes potencialidades, es dar a todos la posibilidad de desarrollar al máximo sus capacidades y para ello es necesario diversificar las estrategias tantas veces como sea necesario.